jueves, 29 de diciembre de 2011

EL BOSQUE SUBMARINO 2 por CARLOS VILLARRUBIA





EL BOSQUE SUBMARINO es el ensayo que publiqué en la revista ÁLBUM LETRAS Y ARTES número 60. Un viaje por las transparencias de lo invisible, sobre la capacidad reparadora de la naturaleza universal, sobre el planeta-agua que vive más allá de la ley seca de nuestras a menudo desgastadas emociones. Para ilustrar esta segunda entrega, una canción mágica, la CANCIÓN DEL MAR, ya leyenda en Portugal y en la world music, en la voz de DULCE PONTES.


EL BOSQUE SUBMARINO 2

por CARLOS VILLARRUBIA


Pero hay un siempre bajo las aguas, un mar quieto y generoso que se despierta en mil colores para tu gozo. Azul pastel de soledad querida; rojizo zumo de palabras frías. Mar de sagarzos, flores sin espinas, ambiguas rocas de boca asesina. Fluye el agobio de la hora malquerida; silba la caricia de las algas primitivas.

En la pradera inmensa que amanece en la profundidad del mar, el corazón bombea un gran latido. Latido universal, la voz de un niño que nace a cada instante; en cada asomo de resplandor del gran enigma marítimo.

Verde ululante en la posidonia oceánica. Tallos al viento después de un gran desierto. Coral rojo, coral negro, gorgonia, algas calcáreas. Hierba de los vidrieros. Bosque frondoso. La selva y el mar donde la luz nunca se abstiene. Vicente Aleixandre, en su visión horizontal, " acaso late el mundo bajo las aguas duras". Y la fuerza de la espuma emerge cuando sale a tu encuentro el amor.

Hay que abandonar la superficie para sentir de nuevo la alegría. Tanta frivolidad insumisa es un reclamo a la mediocridad. Inmersión en el planeta-agua donde no hay ni límites ni falsas sombras; sólo tú en el placer del conocimiento; sólo el bosque submarino en el viaje de la belleza. La experiencia interior de Pavese pasando página del dietario hermético-depresivo. Pulsación de lo azul. Oleaje que vislumbra el latido y las horas cansadas callan humildes ante la palabra mojada de Jorge Guillén.

Corales rojos del recuerdo. Y salen de serenata los secretos del mar, caracola-eco, aullido de lo primitivo, añoranza original que quiere sentarse a soñar donde florecen limoneros. Y en el duende japonés el mar preside la noche... y los árboles descienden hasta la orilla en la isla de Oshima. País submarino, silencio compartido "por peces incansables". "El sonido del mar se convirtió en imagen", me cuenta Leonardo Sciascia sobre las lágrimas de Caltanisetta. Rubens pinta a Neptuno rodeado de bellezas en el bosque submarino. Tridente, delfín, toro y caballo. Jardín de las Hespérides; trabajos de Hércules. Poseidón en aventura sin reposo. De pronto me alcanza la primavera y una sirena canta por las arenas de Cudillero.

Esmeralda. Blanca espuma. Verde mar. Un cielo azul turquesa, sábana nívea en la oscuridad. El mar ya no es el de mi mal. Mal de amores, adiós. Que la ruina no me va. Que suene la orquesta encantada que ensaya en los fondos oceánicos. Navegantes portugueses, descubridores extremeños, vascos universales me trazan un más allá en el más acá. Dejo que me cubra la marea. Signos de las olas y con Antonio Colinas, "volver a leer el mundo en lo que tiene de perenne".

Ayuda el planeta-agua a quitarse adherencias, parásitos. Yodo cerrando heridas y renacer con un nuevo brillo. Y ya no eres el último romántico en la crónica del desamor. Darío de Regoyos ilustra el temporal en el mar del norte y Sorolla se asoma a la costa de San Sebastián. Turner calienta la querencia emocional. En Laredo, Gonzalo Suárez imagina a Don Juan después del naufragio. Hacia el sueño de la mar una figura rubia pasea por Elorrio, Más allá del ancestro, siempre el océano. Océano de claves escondidas.

Por Speches, Poros o Miconos atormentan las barcarolas. Flore, lámparas de mar. Todos vecinos de un todo, nos concretamos en una parte y volvemos a ese todo ya enriquecidos por la deriva y la dispersión.


CARLOS VILLARRUBIA









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