domingo, 13 de junio de 2010

Conexiones Naturales 2: JOAQUÍN SABINA, LA NOBLEZA PÍCARA

Sin nada en la nevera por Tabernillas, Joaquín ensayaba su Ruleta Rusa sobre las madrugadas de Avalon y el olor a tahona de Lavapiés a La Latina "La Mandrágora" esgrimía los primeros latidos de los ochenta en la Cava Baja y el álbum de Hilario Camacho, "Subir Subir" nos vinculaba en la composición y en la amistad. Lucía por entonces musa entre caballos de cartón, ejercía de anfitriona en una casa que luego me sería proféticamente familiar. A dos ventanas, el mercado trajinaba sus primeras horas y el teatro de La Latina se desperezaba tras una noche de risas y bellezas de revista. Joaquín tenía ya biografía y el sombrero de buhonero con ánimo de atronar a los oídos necios. Tenía la casa un aroma de hipnótico hechizo y campamento. Luego -previo circunloquio con Moris- me propuso la idea de un libro en común; Madrid-Madrid-Madrid. Se trataría de una antología comentada de canciones dedicadas a la capital. El entusiasmo prendió y establecimos ruta de letra heridos por las cunetas, bendecido por las churrerías del amanecer. Era como bajar en patinete por las calles de San Francisco.
Joaquín se movía en el alambre festivo espacio flotante en la posidonia oceánica, siempre me insistía "Carlos, no bajes el nivel", cuando nos sorprendimos con chaquetas deslumbrantes con guiños de neón frente a la estrategia de las tinieblas. Con el tiempo abandonamos la antología por el libro de la vida, y en la verbena de Las Vistillas, "Carlos ése es mi público, tú eres más esotérico"; en los bajos del Café Gijón con Antonio Banderas en la era de "La corte del Faraón"; con su familia de Úbeda en la Plaza de Santa Ana; en la Cervecería Alemana, en el Café Central -el de Las Tardes con Teresa- ; en el Garabatu de Echegaray, Joaquín me abrió caminos. En mi estudio de Padre Damian repasamos en su tiempo el proyecto de "Juez y Parte". Era como un niño perdido en aquel último piso que casi tocaba el cielo, lleno de puertas que conducían a mínimos pasillos, con piscinita privada en la terraza y chicas-relax ensayando coreografías sobre el césped de las alturas. Siempre me gustó su nobleza pícara. Enamorado de la mujer como yo a menudo nos deslumbrábamos por amigas de ojos verdes, morenas con cueva submarina y pendientes azabache. Nos cruzábamos por las noches del mundo persiguiendo el hilo de cometas amorosos. Luego su padrinazgo me llevó a continuar el proyecto del libro en compañía del nuevo ocupante de Tabernillas-Center, Carlos Bullejos, hermano de Emi, cálida narradora con su perfume granada. Luego lo entrevisté para diversos medios y siempre fui plenamente invitado desde Santa Isabel a Relatores. Supe de su crecimiento con buena letra volando y Caco Senante, Miguel Bosé, Aute... me ilustraron sobre ese ingenio de la ternura de nombre Joaquín. Para mi -lejos de leyendas- Sabina es sonrisa, origen de clase popular, aristócrata de los sentidos. Lo reencuentro en una firma de libros en el soleado abril de Barcelona y su mirada de niño bueno y travieso me retorna a la complicidad. Venimos de la niebla con maletas de humo imaginando caderas de mujer. El papel nunca se nos vuelve amarillo. Joaquín -como yo- busca flores entre cristales rotos porque la belleza está dispuesta a besarnos si entonamos a la canción de la transparencia.

Carlos Villarrubia
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